A principios de la década de 1990, antes de su llegada, Continental tenía la calificación más baja en puntualidad de las diez compañías aéreas más grandes del país. Continental tenía 40.000 empleados, cada mes de puntualidad le costaba a la empresa la friolera de 2,5 millones de dólares. Pero Bethune sabía que le salía rentable: llegar con retraso de manera crónica le estaba costando 5 millones de dólares mensuales en gastos como la pérdida de enlaces y el hospedaje a los pasajeros durante la noche.