Fulería poética, eso y algo más. Fulería poética, encanto misho, el estudio- de Bach o de Beethoven junto a un tango de Filiberto o de Mattos Rodríguez. Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una bruje¬ría de encanto que no muere, que no morirá jamás. Esto es todo y nada más. No fue nada eso, sino lo que hizo una vez desvestido. Y una vez la silla allí, usted se sienta y sigue charlando. Lo grave es que yo la quería tanto, que una vez que hube cortado comprendí que me iba a ocurrir algo terrible, Enloque¬cía o hacía un disparate. Eso no hubiera sido nada si una noche, mirán¬dome en un espejo, no observo que estaba aviejándome por horas. Porque si usted pasaba, pasaba para verla, nada más; pero se detu¬vo. ¿No tendrá usted calor al hacer ejercicios con esa franela?
Lo miraba, y el «goliat» de marras, sin hacerme caso, se¬guía enfardándose el estómago con la franela. Y acto seguido, sobre ese colchón de franela que le envolvía el estómago y vientre, mi gigante se endilgó un camisetón de lana, exclusivamente útil para ir al polo; pues en otra región lo haría sudar a un esquimal. Y sin embargo vi a un hombre que se envolvía en franela. Atrevida, cómoda, clásica. Esta camisa a cuadros está cortada en franela de algodón con botones en la tapeta y bolsillos con solapa. Fiebre que se transforma en sucripciones en todas las oficinas; fiebre que se contagia a los hombres reposados y a los entendimientos fosiliza¬dos; fiebre que empieza en el botones más insignificante y termina, o cul¬mina, en el presidente de cualquier XX Company. Con este discurso, la matan o lo eligen presidente de la República. Dice: «Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás de él». Usted dice: «No, no se molesten». Esta no es una fórmula para vivir feliz; creo que no, pero sí lo es para tener fuerzas y examinar el contenido de la vi¬da, cuyas apariencias nos marean y engañan de continuo.
Si no, no se des¬mandan jamás. Toma la denominación de unas pequeñas lagunas que en él existen, las cuales son de antigua celebridad porque junto a ellas tuvo el Gobernador Hurtado de Mendoza el 6 de octubre de 1557 el primer encuentro formal con las hordas araucanas, acaudilladas por Caupolicán, al que se dió entonces el nombre de batalla del Bío-Bío ó de Lagunillas. Los «jovies», funcionarios públicos del carro, la pala y el escobi¬llón, dan la lata sobre «eregoyenisme». Está, después, la otra silla, silla conventillera, silla de «jovies» ta¬nos y galaicos; silla esterillada de paja gruesa, silla donde hacen filosofía barata ex barrenderos y peones municipales, todos en mangas de camise¬ta, todos cachimbo en boca. Silla donde se eterniza el cansancio del verano; silla que hace rueda con otras; silla que obliga al transeúnte a bajar a la calle, mientras que la señora exclama: «¡Pero, hija! ocupás toda la vereda». Leones (Cabo de los).–Punta roqueña de la costa austral del departamento de Freirina, que forma el extremo noroeste de la bahía de Chañaral del Sur cerca de la aldea de este nombre.
Fueron reconocidas en 1830 por la expedición exploradora inglesa del capitán Fitz-Roy, y se les dió ese nombre por el miembro del almirantazgo en 1828, marqués del título. Chillán. Corre al O. en general por entre los límites del departamento de este nombre y el de Bulnes, y va á terminar ó vaciar en la derecha del río Itata á unos 18 kilómetros al O. de la ciudad de Bulnes. Y este es otro pedazo del barrio nuestro. Liglevu.–Riachuelo afluente del río Cautín, en el que entra por su margen derecha junto al fuerte de Curacautín. Liucura (Fuerte de).–Está situado en la parte oriental del departamendo de Temuco por los 38º 39′ Lat. y 71º 13′ Lon. Un amigo y yo solemos concurrir a un café que atiende el propietario del mismo, su mujer y dos hijos. Silla cordial de la puerta de calle, de la vereda; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad ciudadana; silla que se le ofrece al «propietario de al lado»; silla que se ofrece al «joven» que es candidato para ennoviar; silla que la «nena» sonriendo y con modales de dueña de casa ofrece, para demostrar que es muy señorita; silla donde la noche del verano se estanca en una voluptuosa «linuya», en una char¬la agradable, mientras «estrila la d’enfrente» o murmura «la de la esqui¬na».